Mis ojos tienen sed de mirarte y, para ellos, sólo existen unos ojos que le devuelvan la mirada: los tuyos. En concreto, tengo sed de las miradas reveladoras que me dabas; una necesitada sed que sin ella no me faltas. Que sin ella no te siento cerca. Tanta sed que si no la tuviera, no te tendría conmigo.
Mis labios tienen sed de besarte, para eso existen unos labios únicos en cuanto a saciarlos se refiere. Sed de desgastados y rojos labios sedientos de ti, sed de que tengas sed de mí.
Mis manos echan de menos tocarte, tienen sed de tus manos. Las mías, sedientas de tu tacto, buscan las huellas que dejaste en mi piel. Sed de mejillas coloradas y lágrimas de felicidad surcándolas. Sed de tu aliento en mi nuca, de tu sonrisa a los problemas y, sobre todo, de tu mirada tranquilizadora. Estoy completa y locamente sedienta de tu insaciable y característico olor impregnado en mi ropa. Sed de tu mano en la mía, de tu altruismo permanente. Tengo sed de que me llames desde lejos sin hablarme y eso ocurre cuando la desesperada sed que tengo a todas horas me avisa de que no estás y quiere saciarse contigo; como una respuesta, algo en mi cuerpo que se acciona si me faltas. Una sed que el agua no sacia, sólo tú puedes hacerlo. Únicamente tú puedes calmar esta incontrolable sed de que estés sediento de mi, de que me eches un poco de menos. Alcohólica de tu esencia sería por acabar con la sed de saciar tu sed, tan sólo si quisieras ser saciado.
Estoy sedienta de ti. Tú, que me quieres y no me quieres, y que sin querer me dejas de querer sin haberme querido nunca. Y la sed es porque ya no te bebo, me he quitado el vicio. No te bebo sino porque de beberte tengo sed, ya que aún bebiéndote a ratos siempre sedienta estoy. Pero no me haría falta beberte si tuviera tu iris y es que si me miras se me pasa la necesidad que tengo de beberte.
Me calma las ánsias.